martes, 15 de diciembre de 2009

Varanasi


Entre humo, cremaciones y edificios de 300 años que parecen de 500, surge el Ganges, Mama Ganga, limpiando y consumiendo al mismo tiempo, recibiendo ofrendas, cantos, cuerpos y sudor, soportando balsas y devorando templos.


Varanasi se respira a viejo, antiguo, no solo en sus formas geométricas si no en su forma de moverse, de intercambiar, de comerciar.

Viejo en su forma de adorar, de venerar al lingam de Siva que de ser un monolito se transforma en bello y majestuoso en Rishikesh.

Varanasi con esa piedra naranja semejando un elefante, Ganesha, un Ganesha primario, pero feliz, con dos agujeros por ojos que le dan un toque infantil.



Varanasi me pesa en los brazos, en las piernas, en la pelvis. En cada paso siento que cargo años y años que se suman en cada pasillo, cada callejón, cada pared, cada casa en ruinas en donde aún se habita, cada templo antigui que sirve de cimiento a otra construcción, mas nueva pero que dista mucho de ser moderna.

Varanasi satura los sentidos, satura la nariz con sus orines, sus inciensos y por supuesto, sus cremaciones. Satura la vista con sus rostros, la vacas, las telas, los colores, las cabras, la bruma y el Ganges. Satura el oido con sus campanas, sus cantos, sus voces, sus perros ladrando y changos revoloteando en los techos.








No da tiempo de digerir, cada paso atraganta, aveces ahoga.

Y sin embargo, cada día, durante una hora Varanasi se limpia, se purifica, se pone de fiesta para honrrar a Siva, sea un lingam o una imagen divina. No importa, Varanasi le canta, le aplaude, le perfuna a la orilla del Gath principal y solo por una hora la mugre, la multitud, los changos, las vacas, los orines, lo viejo se deslava para después resurgir poco a poco y seguir caminando en la inexistente línea del tiempo.











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